Tuesday, June 12, 2018

Sin vida...

Columna de reflexión por: Alejandra Bedoya Gallego
Email: aleja200430@gmail.com 
Estudiante de la Universidad de los Niños
Universidad EAFIT, Colombia 

La educación es uno de los factores más importantes para el desarrollo y el progreso de la sociedad. A través de este aprendizaje, se definen puntos de vista y se concreta la crítica de cada individuo. Es el punto y coma de nuestras vidas, es lo que nos forma, más que para el futuro, para el presente.

La educación es una cultura, es una manera de transformar vidas, es lo que permite dejar la ignorancia de lado y conocer más de lo que somos y saber cómo podemos llegar a lo que queremos ser. No se trata de atiborrar la mente de fórmulas y algoritmos, se trata de conocer, aprender y compartir.

La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” dijo una vez Nelson Mandela.

Sin vida...


Era blanca, pálida, vacía. Lisa, perfectamente plana, de esas pocas que conservan su figura. Sus cimientos le aportaban rigidez, además de altura. Era elegante, su frivolidad cambiaba la monotonía del ambiente y permitía la conexión entre los violetas y amarillos. Había algo en ella que la hacía especial; no sé si era la forma en la que soportaba la estructura o la sencillez que manifestaba respecto a las demás. Era única, impredecible. Realmente era difícil saber que ocurría en su interior, conservaba su firmeza, pero ciertamente no todo podía ser tan sólido como ella lo planteaba, le faltaba algo.

Todos se burlaban de su apariencia, decían que era demasiado simple, que no era original, que estaba fea, le faltaba color; sin embargo, siempre se mostró indiferente. Mientras otras colgaban sobre sus extravagantes fachadas hermosas obras de arte, ella conservó su compleja simplicidad. Unos días se manifestaba cadavérica, otros, relucía entre el resto. La subjetividad de su belleza se abría a campos desconocidos, a profundidades sombrías y siniestras, a diáfanas e intangibles superficies.

Pasaron los años, y como si el tiempo no hiciese su trabajo se notaba más deteriorada.

Cierto día se le acercó un hombre, al parecer era diseñador. Le observó, le analizó, detalló toda su estructura, su color; acarició su superficie, se conectó con ella. El hombre apuntó todo lo que veía en una libreta; la dibujó, se esmeró rigurosamente en colocar cada detalle. Él no notó su vacío, solo veía las mismas imperfecciones estéticas que le recalcaban sus compañeras.

Antes de tomar papel en el trabajo, debía asegurarse de que contaba con el consentimiento del propietario, quien por consecuente aprobó la obra. Ella no tenía voz en la situación, se vio sumida a callar, a no dar su opinión. Las demás miraban con intriga a aquel hombre y se preguntaban que querría hacer con esa planicie, blanca y abandonada. El diseñador preparó todo para comenzar a cambiar el aspecto de aquel soporte. Colores, papel tapiz, adornos de repisa, incluso plantas decorativas, todo aquello con lo que pretendía ‘ponerle fin’ a su opacidad.

Era un viernes a las ocho de la mañana. Durante décadas había permanecido intacta, jamás habían irrumpido su serenidad. En los 18,250 días que transcurrieron desde su construcción, nadie nunca intentó conmutar su apariencia, hasta aquel día. El mismo hombre que al principio se presentó sutil, delicado, ese mismo, fue quien manchó su porte, fue quien arrasó con su autenticidad y quien destrozó vilmente todo lo que la hacía magnífica. El blanco puro, característico suyo, desapareció. Le atiborraron las entrañas de colores, todos distintos a los que ella solía conocer. Ya no era diferente, ahora también colgaba obras de arte en su fachada, perdió la originalidad. Su naturaleza se desvanecía entre el mar de mentiras que el diseñador había creado para ella. Era algo así como el plagio de una bella escultura, solo que hueca. Ese vacío que presentaba desde un principio solo había logrado ampliarse a la magnitud de un agujero negro que consumía todo sentimiento de motivación y alegría, y, que a pesar del color y la viveza de las estatuillas que le adornaban, forjaba un ambiente lúgubre, gris, sin sentido.

Ella quería desplomarse, soltar todo lo que cargaba, volver a ser lo que era, y por primera vez en su vida, aceptarse.

Inesperadamente, al siguiente mes, tembló. La tierra le dio una fuerte sacudida a los dominios humanos. No fue delicada, puesto que sabía que debía responder con furia al maltrato. Las placas tectónicas alcanzaron el más alto nivel de su propia catarsis, expulsaron con cólera las vibrantes ondas de su unión, corrieron el velo de la tranquilidad, y dieron paso a la destrucción.

Ella pudo cumplir su sueño. Se integró con la tierra, acabó con toda falsedad que la hacía burla, y todos esos colores, decorados, papeles tapiz acabaron siendo nada más etiquetas. Fue de esas pocas que conservó su postura y se mantuvo firme hasta el final, fue una buena pared.