Columna de opinión por: Catalina Tamayo Posada* (catalinatamayop1@gmail.com)
Analista del Observatorio en Comercio, Inversión y Desarrollo
Universidad EAFIT
El 2015 es un año de gran importancia tanto para la Organización de Naciones Unidas (ONU) como para cada uno de los países que la integra, pues supone el fin de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y el nacimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Los retos cada vez son mayores debido a las dinámicas actuales: la gran interdependencia de los países, la volatilidad de los mercados financieros, la creciente brecha entre los más ricos y los más pobres, la aparición de nuevas enfermedades, entre otros. Los retos son más ambiciosos y los Estados están cada vez más comprometidos. Sin embargo, para poder alcanzar las metas propuestas se necesitan recursos y éstos dependen directamente de la situación económica del país. De esta forma, a mayor crecimiento económico mayores posibilidades tienen los países de hacer inversiones y programas que satisfagan las metas propuestas por la ONU.
Según Ricardo Hausmann (2015), la verdad acerca del crecimiento de los países se encuentra en la productividad. Los países son más ricos porque producen bienes diferentes con técnicas que no existían, por ende el secreto se encuentra en cambiar lo que se está haciendo y cómo se está haciendo. La tecnología, dice Hausmann, es generalmente entendida como nuevas herramientas. Sin embargo, en cierto punto, la tecnología necesita del know-how y del trabajo conjunto de personas que sepan hacer diferentes cosas que sean complementarias. Así, lo que importa no es tener una gran compañía sino una en la que cada trabajador tenga un know-how diferente. Se introduce entonces el término “complejidad económica”, que no es más que el conocimiento que se incorpora en los productos y como se puede ir pasando de un producto a otro por medio del valor agregado. Corea del Sur en 1962 empezó a desarrollar baterías, de ahí en adelante se fueron expandiendo a productos que utilizan baterías, y así sucesivamente (Hausmann, 2015). Corea es hoy uno de los países más importantes en el comercio y la economía mundial y su gran éxito se debe a las políticas del gobierno orientadas a apoyar un sector de la economía.
Los países de América Latina, en general, están experimentando desaceleración en sus tasas de crecimiento, lo que se ve reflejado en su producto interno bruto (PIB). A pesar de las muchas políticas que se implementan con el fin de reactivar las economías, son pocas las que de verdad logran impactar en el mediano y largo plazo. Es posible que las políticas que se han implementado no hayan estado orientadas a erradicar los problemas desde la raíz y únicamente estén aliviando situaciones muy superficiales. Además, los hacedores de política con frecuencia se ven tentados a utilizar modelos exitosos de otros países e implementarlos en su propio país. Esto no funciona toda vez que el ambiente socio-económico es muy diferente y varía entre países. Así pues, todas las políticas están gobernadas por las demandas de un tiempo específico, lugar y personas (Ostrom, 1999:5).
Las políticas de desarrollo productivo (PDP) tienen un rol muy importante en lo referente a la transformación económica y en el crecimiento sostenido. En América Latina, estas políticas activas están recobrando fuerzas luego de haber sido olvidadas por mucho tiempo debido a que muchas de ellas no funcionaron como se preveía. Sin embargo, mucho países hoy industrializados las han utilizado y éstas han dado excelentes resultados, como en el caso de Corea. Las PDP se basan en la fortaleza institucional, la cual debe ser capaz de implementar a cabalidad la política así como de resistirse a los intereses del sector privado (Stein et al, 2014).
Según el informe “¿Cómo repensar el desarrollo productivo?”, las políticas públicas deben estar orientadas a la existencia de fallas de mercado, de forma que la intervención genere un bienestar superior. La implementación no debe desviarse del diseño para garantizar la solución efectiva al problema identificado y además, el gobierno debe adoptar políticas que no excedan sus capacidades para que de esta forma se reduzca la probabilidad de fracaso. Tal como se afirmó anteriormente, la institucionalidad es un factor fundamental hasta el punto que “las políticas que funcionan en países con fuertes capacidad institucionales pueden resultar inefectivas o incluso perjudiciales en países que carezcan de ellas” (Stein et al, 2014).
Otro aspecto de vital importancia para la transformación productiva es la innovación, entendida como la “adaptación exitosa de tecnologías a las condiciones nacionales y su amplia difusión en empresas y sectores” (Stein et al, 2014). Mientras que países como Israel, Finlandia y Corea del Sur invierten más del 3,5% de su PIB en investigación y desarrollo (I+D), los países de América Latina, en promedio, invierten menos del 1% (Stein et al, 2014). Por tanto, es necesario un aumento de la inversión en I+D con el fin de converger con los más desarrollados por medio del aumento en la sofisticación de las exportaciones, el cual es medido por el índice de complejidad de Hausmann.
El objetivo número 9 de los ODS tiene como fin “Desarrollar infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible, y fomentar la innovación” (ONU, 2015). De esta manera, las políticas podrían estar orientadas a promover la innovación, la cual es útil en cualquier ámbito, y no solo en el desarrollo industrial.
Analista del Observatorio en Comercio, Inversión y Desarrollo
Universidad EAFIT
El 2015 es un año de gran importancia tanto para la Organización de Naciones Unidas (ONU) como para cada uno de los países que la integra, pues supone el fin de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y el nacimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Los retos cada vez son mayores debido a las dinámicas actuales: la gran interdependencia de los países, la volatilidad de los mercados financieros, la creciente brecha entre los más ricos y los más pobres, la aparición de nuevas enfermedades, entre otros. Los retos son más ambiciosos y los Estados están cada vez más comprometidos. Sin embargo, para poder alcanzar las metas propuestas se necesitan recursos y éstos dependen directamente de la situación económica del país. De esta forma, a mayor crecimiento económico mayores posibilidades tienen los países de hacer inversiones y programas que satisfagan las metas propuestas por la ONU.
Según Ricardo Hausmann (2015), la verdad acerca del crecimiento de los países se encuentra en la productividad. Los países son más ricos porque producen bienes diferentes con técnicas que no existían, por ende el secreto se encuentra en cambiar lo que se está haciendo y cómo se está haciendo. La tecnología, dice Hausmann, es generalmente entendida como nuevas herramientas. Sin embargo, en cierto punto, la tecnología necesita del know-how y del trabajo conjunto de personas que sepan hacer diferentes cosas que sean complementarias. Así, lo que importa no es tener una gran compañía sino una en la que cada trabajador tenga un know-how diferente. Se introduce entonces el término “complejidad económica”, que no es más que el conocimiento que se incorpora en los productos y como se puede ir pasando de un producto a otro por medio del valor agregado. Corea del Sur en 1962 empezó a desarrollar baterías, de ahí en adelante se fueron expandiendo a productos que utilizan baterías, y así sucesivamente (Hausmann, 2015). Corea es hoy uno de los países más importantes en el comercio y la economía mundial y su gran éxito se debe a las políticas del gobierno orientadas a apoyar un sector de la economía.
Los países de América Latina, en general, están experimentando desaceleración en sus tasas de crecimiento, lo que se ve reflejado en su producto interno bruto (PIB). A pesar de las muchas políticas que se implementan con el fin de reactivar las economías, son pocas las que de verdad logran impactar en el mediano y largo plazo. Es posible que las políticas que se han implementado no hayan estado orientadas a erradicar los problemas desde la raíz y únicamente estén aliviando situaciones muy superficiales. Además, los hacedores de política con frecuencia se ven tentados a utilizar modelos exitosos de otros países e implementarlos en su propio país. Esto no funciona toda vez que el ambiente socio-económico es muy diferente y varía entre países. Así pues, todas las políticas están gobernadas por las demandas de un tiempo específico, lugar y personas (Ostrom, 1999:5).
Las políticas de desarrollo productivo (PDP) tienen un rol muy importante en lo referente a la transformación económica y en el crecimiento sostenido. En América Latina, estas políticas activas están recobrando fuerzas luego de haber sido olvidadas por mucho tiempo debido a que muchas de ellas no funcionaron como se preveía. Sin embargo, mucho países hoy industrializados las han utilizado y éstas han dado excelentes resultados, como en el caso de Corea. Las PDP se basan en la fortaleza institucional, la cual debe ser capaz de implementar a cabalidad la política así como de resistirse a los intereses del sector privado (Stein et al, 2014).
Según el informe “¿Cómo repensar el desarrollo productivo?”, las políticas públicas deben estar orientadas a la existencia de fallas de mercado, de forma que la intervención genere un bienestar superior. La implementación no debe desviarse del diseño para garantizar la solución efectiva al problema identificado y además, el gobierno debe adoptar políticas que no excedan sus capacidades para que de esta forma se reduzca la probabilidad de fracaso. Tal como se afirmó anteriormente, la institucionalidad es un factor fundamental hasta el punto que “las políticas que funcionan en países con fuertes capacidad institucionales pueden resultar inefectivas o incluso perjudiciales en países que carezcan de ellas” (Stein et al, 2014).
Otro aspecto de vital importancia para la transformación productiva es la innovación, entendida como la “adaptación exitosa de tecnologías a las condiciones nacionales y su amplia difusión en empresas y sectores” (Stein et al, 2014). Mientras que países como Israel, Finlandia y Corea del Sur invierten más del 3,5% de su PIB en investigación y desarrollo (I+D), los países de América Latina, en promedio, invierten menos del 1% (Stein et al, 2014). Por tanto, es necesario un aumento de la inversión en I+D con el fin de converger con los más desarrollados por medio del aumento en la sofisticación de las exportaciones, el cual es medido por el índice de complejidad de Hausmann.
El objetivo número 9 de los ODS tiene como fin “Desarrollar infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible, y fomentar la innovación” (ONU, 2015). De esta manera, las políticas podrían estar orientadas a promover la innovación, la cual es útil en cualquier ámbito, y no solo en el desarrollo industrial.
Referencias
- Hausmann, R. (2015). Secrets of Economic Growth. World Economic Forum. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=2FeugaLv5Bo
- Organización de Naciones Unidas. (2015). Objetivos de Desarrollo Sostenible. Disponible en: http://www.nu.org.bo/objetivos-de-desarrollo-sostenible-ods/
- Ostrom, Elinor (1999). An Institutional Framework for Policy Analysis and Design. Disponible en: http://mason.gmu.edu/~mpolski/documents/PolskiOstromIAD.pdf
- Stein, E., Crespi, G., Fernández-Arias, E. (2014). ¿Cómo repensar el desarrollo productivo? Banco Interamericano de Desarrollo.
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