Artículo
de Opinión por: David Ricardo Murcia* (dmurcias@gmail.com
).
*Estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, Colombia.
Los
estudios sobre desarrollo intuyen múltiples vías de estudio, al menos tres evidentes:
la política, la jurídica y la económica. Intentar un análisis que se desprenda
de alguna de estas es, a lo sumo, inocuo, cuando no ingenuo. No obstante, cada
estudio presenta tendencias hacia una u otra área debido a las preferencias del
analista. En este breve escrito se tomará una preceptiva, si bien, en esencia
política, nutrida de los aspectos económicos y jurídicos connaturales al tema a
tratar: la inversión extranjera directa
(IED ) según se expone en el primer capítulo del World Invesment Report 2013(WIR 2013, Reporte sobre las inversiones en el mundo 2013). Finalmente se
desarrollarán algunas consideraciones interpretativas con base a lo allí
sostenido por la UNCTAD.
Al hablar de inversión extranjera directa me refiero a toda inyección de capital de una empresa en territorio extranjero con fines de arraigo. Esto en primera instancia, elimina un campo conceptual del comercio internacional limitado a importaciones y exportaciones. Esto quiere decir que, si una empresa tiene un comercio activo con un país extranjero no está invirtiendo directamente en el extranjero. Aquí, la herramienta que permite el entendimiento es el adjetivo: directa. Una inversión resultante del comercio exterior no afecta prima facie la economía receptora (el país importador), sino de una manera tangencial o secundaria. Mientras que una inversión que constituya empresa en el extranjero, está directamente afectando al país receptor de variadas formas: ora en infraestructura, ora en creación de puestos de trabajo. Allí, lo directo intuye arraigo y este compromisos sociales, políticos y jurídicos; no sólo económicos.
En este escenario escueto de lo que constituye una inversión extranjera directa falta analizar el principio de móvil para la concreción de dicho fenómeno. Ante la pregunta por cómo una empresa busca invertir en un país que le es extraño, no es satisfactorio la mera volición de los dirigentes de la compañía como motor de la acción. Y, aunque las razones que expliquen el deseo de una empresa de invertir puedan ser inconmensurables, se dejan aprehender en dos casos simples: las empresas pueden ver un beneficio unilateral en expandirse a un nuevo país o un país puede seducir a las empresas para que inviertan y se radiquen en él. No obstante, a este punto la pregunta sigue aún en estado de necesidad ¿qué puede atraer o con qué se puede atraer este tipo de inversión?
La respuesta yace en el balance de ganancia sobre la inversión a realizar. Con esto pueden ser mejor entendidos los casos anterior mente expuestos: una empresa va a buscar la mejor combinación entre sistema de impuestos, costo de la mano de obra y estabilidad en la economía receptora. Así, las empresas podrán decidir en qué país les es más conveniente invertir y los países podrán diseñar su sistema político y jurídico para ofrecerse atractivos a la inversión extranjera directa.
En lo que hasta el momento se ha discursado, se puede comprender como dicho fenómeno afecta y ayuda al desarrollo de una nación. No obstante, para ello falta resolver una pregunta más ¿Por qué un país está interesado en la IED? Para explicarlo es práctico pensar en la situación de los países en vías de desarrollo. Una empresa que se radica en un país puede aumentar la productividad y la estabilidad económica de éste, pues la nación viene a contar con una fuente de capital que antes no tenía, lo cual le da nuevo y mayor brío, si se sigue la analogía, en su camino al desarrollo. No obstante, en este punto es donde entra a tomar peso el cálculo de la ganancia de empresa inversora. Si bien un país puede ofrecer el mejor arreglo de sistema de impuestos y costo de la mano de obra, la (in)estabilidad económica le puede hacer altamente peligroso para invertir.
El World Invesment Report 2013 avizora en este punto una ventaja actual para los países en transición y en vías de desarrollo, pues debido a la crisis económica mundial de 2008 en los Estados Unidos y en Europa se han vuelto un destino de inversión menos atractivo que los mercados de países en vías de desarrollo. En este sentido el capital ha buscado mercados más rentables, ergo estables, y es de conveniencia de los países en vías de desarrollo buscar la manera óptima para ofrecer a los inversores escenarios jurídicos amables, sin dejar de lado procesos de reinversión en la sociedad que lleven, no solo a la mejora de los indicadores económicos, sino a una mejor calidad de vida distribuida, constituyendo una verdadera vía al desarrollo.
Lo anterior, sin más explicaciones, puede a ser oído como un proceso casi automático de búsqueda de la ecuación perfecta. No obstante, el proceso que enuncio es de mucha mayor complejidad que el balance de una formula, pues, así, se ignora lo incuantificable del desarrollo: el contexto social y, a la vez, político en el cual dichas formulas tendrán que ser aplicadas. Además de un análisis del sistema jurídico (ambiental, laboral, de impuestos, etc.), es necesario, para ofrecer un balance real, la comprensión de la genealogía de la comunidad a afectar y como esta puede responder ante la inversión pretendida. Más allá del sistema político de papel, entender los entramados antiguos de corrupción y clientela existentes en la sociedad, pues como Chantal Mouffe (2003) o Guillermo O’Donnell (1997) han analizado, la sociedad en apariencia democrática de Latinoamérica intuye una esencia que Carro (1957) denominó entendimiento subjetivo del poder, que le lleva a tener lógicas no institucionalizadas, sino personalistas, de desarrollo de la política.
Al hablar de inversión extranjera directa me refiero a toda inyección de capital de una empresa en territorio extranjero con fines de arraigo. Esto en primera instancia, elimina un campo conceptual del comercio internacional limitado a importaciones y exportaciones. Esto quiere decir que, si una empresa tiene un comercio activo con un país extranjero no está invirtiendo directamente en el extranjero. Aquí, la herramienta que permite el entendimiento es el adjetivo: directa. Una inversión resultante del comercio exterior no afecta prima facie la economía receptora (el país importador), sino de una manera tangencial o secundaria. Mientras que una inversión que constituya empresa en el extranjero, está directamente afectando al país receptor de variadas formas: ora en infraestructura, ora en creación de puestos de trabajo. Allí, lo directo intuye arraigo y este compromisos sociales, políticos y jurídicos; no sólo económicos.
En este escenario escueto de lo que constituye una inversión extranjera directa falta analizar el principio de móvil para la concreción de dicho fenómeno. Ante la pregunta por cómo una empresa busca invertir en un país que le es extraño, no es satisfactorio la mera volición de los dirigentes de la compañía como motor de la acción. Y, aunque las razones que expliquen el deseo de una empresa de invertir puedan ser inconmensurables, se dejan aprehender en dos casos simples: las empresas pueden ver un beneficio unilateral en expandirse a un nuevo país o un país puede seducir a las empresas para que inviertan y se radiquen en él. No obstante, a este punto la pregunta sigue aún en estado de necesidad ¿qué puede atraer o con qué se puede atraer este tipo de inversión?
La respuesta yace en el balance de ganancia sobre la inversión a realizar. Con esto pueden ser mejor entendidos los casos anterior mente expuestos: una empresa va a buscar la mejor combinación entre sistema de impuestos, costo de la mano de obra y estabilidad en la economía receptora. Así, las empresas podrán decidir en qué país les es más conveniente invertir y los países podrán diseñar su sistema político y jurídico para ofrecerse atractivos a la inversión extranjera directa.
En lo que hasta el momento se ha discursado, se puede comprender como dicho fenómeno afecta y ayuda al desarrollo de una nación. No obstante, para ello falta resolver una pregunta más ¿Por qué un país está interesado en la IED? Para explicarlo es práctico pensar en la situación de los países en vías de desarrollo. Una empresa que se radica en un país puede aumentar la productividad y la estabilidad económica de éste, pues la nación viene a contar con una fuente de capital que antes no tenía, lo cual le da nuevo y mayor brío, si se sigue la analogía, en su camino al desarrollo. No obstante, en este punto es donde entra a tomar peso el cálculo de la ganancia de empresa inversora. Si bien un país puede ofrecer el mejor arreglo de sistema de impuestos y costo de la mano de obra, la (in)estabilidad económica le puede hacer altamente peligroso para invertir.
El World Invesment Report 2013 avizora en este punto una ventaja actual para los países en transición y en vías de desarrollo, pues debido a la crisis económica mundial de 2008 en los Estados Unidos y en Europa se han vuelto un destino de inversión menos atractivo que los mercados de países en vías de desarrollo. En este sentido el capital ha buscado mercados más rentables, ergo estables, y es de conveniencia de los países en vías de desarrollo buscar la manera óptima para ofrecer a los inversores escenarios jurídicos amables, sin dejar de lado procesos de reinversión en la sociedad que lleven, no solo a la mejora de los indicadores económicos, sino a una mejor calidad de vida distribuida, constituyendo una verdadera vía al desarrollo.
Lo anterior, sin más explicaciones, puede a ser oído como un proceso casi automático de búsqueda de la ecuación perfecta. No obstante, el proceso que enuncio es de mucha mayor complejidad que el balance de una formula, pues, así, se ignora lo incuantificable del desarrollo: el contexto social y, a la vez, político en el cual dichas formulas tendrán que ser aplicadas. Además de un análisis del sistema jurídico (ambiental, laboral, de impuestos, etc.), es necesario, para ofrecer un balance real, la comprensión de la genealogía de la comunidad a afectar y como esta puede responder ante la inversión pretendida. Más allá del sistema político de papel, entender los entramados antiguos de corrupción y clientela existentes en la sociedad, pues como Chantal Mouffe (2003) o Guillermo O’Donnell (1997) han analizado, la sociedad en apariencia democrática de Latinoamérica intuye una esencia que Carro (1957) denominó entendimiento subjetivo del poder, que le lleva a tener lógicas no institucionalizadas, sino personalistas, de desarrollo de la política.
Para
finalizar este escrito, a pesar de dejar en punta una discusión tan importante
como la aquí iniciada, no es suficiente con atender razones únicamente
económicas y econométricas para permitir el aprovechamiento de este crecimiento
de la inversión extranjera directa, indicado por la UNCTAD (2013), sino que,
los países en vías de desarrollo deben tener un acercamiento más meditado a sus
realidades políticas para crecer.
Referencias
Carro, A. (1957). Caudillismo Americano. Revista de Estudios Políticos, 93, 139-163.
Mouffe, Chantal (2003) La paradoja democrática. Barcelona, Gedisa.O’Donnell, Guillermo (1997) “¿Democracia Delegativa?”, en: Contrapuntos: Ensayos Escogidos sobre Autoritarismo y Democratización. Buenos Aires, Paidós, pp.287-304.UNCTAD. (2013). WorldInvesment Report 2013. Ginebra y Nueva York: Naciones Unidas.
Mouffe, Chantal (2003) La paradoja democrática. Barcelona, Gedisa.O’Donnell, Guillermo (1997) “¿Democracia Delegativa?”, en: Contrapuntos: Ensayos Escogidos sobre Autoritarismo y Democratización. Buenos Aires, Paidós, pp.287-304.UNCTAD. (2013). WorldInvesment Report 2013. Ginebra y Nueva York: Naciones Unidas.